domingo, 6 de noviembre de 2016

La breve historia de Charly…

Esta es la historia de Charly, un pescador muy humilde. Como cualquier otro día, Charly se despertó y preparó el desayuno. Pero esta vez algo había cambiado. Su hija María estaba muy enferma. Tenía mucha fiebre, el cuerpo lleno de manchas rojas y casi no podía moverse. Sin pensarlo ni un momento,  decidió ir a ver al curandero del pueblo, que vivía en una pequeña y destartalada casa en lo alto de las montañas. Este le dice que a su hija apenas le quedaban dos meses de vida. Charly  no tenía suficiente dinero para poder comprar  la cura de la terrible enfermedad que padecía su hija. Por eso,  decide hacer un pacto con el curandero que consistía en lo siguiente: por una aleta de tiburón que Charly le trajera, él le entregaría la dosis para poder curar a su hija.

A la mañana siguiente, Charly  cogió su barca y emprendió un viaje a la isla Gansbaai (Sudáfrica),  conocida por ser frecuentada por los tiburones blancos más grandes vistos jamás. Tardó en llegar más de dos días y al desembarcar, se dio cuenta que la comida y bebida escaseaban. Eso le obligaba a  cazar peces para sobrevivir.

Sin pensarlo mucho,  cogió un cuchillo y se metió en el agua. Podía sentir que algún ser extraño le vigilaba en el oscuro y profundo océano, pero no se sintió intimidado y  se adentró en el frío mar a cazar.

Tras varios minutos,  se dio cuenta que el extraño ser que le observaba era un enorme tiburón blanco. Charly empezó a nadar, solo pensaba en llegar a la orilla y en poder sobrevivir para ayudar a su hija. El tiburón empezó a nadar, cada vez más rápido, hacia a Charly. Esta vez,  solo podía pensar en que iba a morir en aquella isla.

Cuando Charly hizo sus últimas plegarias,  se dio cuenta que aquel enorme tiburón blanco le estaba ayudando a cazar peces. No hacía falta hablar para sentir que formaban un buen un equipo. Confiaban el uno en el otro  y compartían los peces que cazaban.

Una semana más tarde recordó el motivo por el que estaba allí,  y que debía  salvar la vida de su hija María.  Para ello debía matar a su nuevo amigo  y entregarle la aleta al curandero.

Decidió no pensarlo dos veces y entró en el agua….Allí estaba su amigo el tiburón, que le esperaba donde todas las mañanas para cazar. Charly se llenó de valor y dejando a un lado su amistad con el escualo,  le mató.

Charly, con los ojos llorosos, le cortó la aleta y se llevó la mandíbula como recuerdo de su gran amigo. Después de casi un mes, regresó a casa y lo primero que hizo fue  intercambiar la aleta por la cura de su hija.


Hoy en día Charly y su hija viven felices en Hawái.  María es una niña sana, gracias a la amistad que un día hubo entre su padre y un tiburón.  

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